Adolfo Castaño

Los cuadros desfilaban ante nosotros con la velocidad del mostrar. Uno tras otro, la pintura de Belén Elorrieta se nos ofrecía con esa desnudez, con esa verdad que se da en la trastienda antes de la exposición. Luego bajo la luz dispuesta, en la pared oportuna, el trabajo se auxilia, el conjunto se favorece, se apoya; el tiempo de visión se remansa, pues la velocidad del mostrar se vuelve contemplación.

Pero la velocidad del mostrar no estorbaba para advertir claramente los extremos que constituyen la pintura de Belén Elorrieta. Cada cuadro, unido a los demás por su estilo pictórico, ofrecía un mundo homogéneo, un mundo inventado con vocación de realidad; un ámbito familiar que se aparecía en diferentes momentos de intimidad, intimidad que a veces se asomaba al exterior, regresando, después de airearse, al calor de la casa; una casa carente de dramatismo, no de acento cotidiano ni de malicia, cuya presencia arropaba a los personajes, y, a la vez, era arropada por ellos.

Belén Elorrieta es joven, y como joven generosa; su generosidad llega a la prodigalidad. Es pródiga porque ofrece en una misma pintura varios centros de interés. Estos centros de interés, constituyen por sí mismo otros cuadros, que ahora se disimulan en el conjunto, y aunque ofrecen sus cualidades desde el lugar que ocupan, silos dejas solos, silos aislas del contexto, silos independizas en otro lienzo, podrían alzar y mantener su significación más cumplidamente, más eficazmente, no conformarse con ser temas secundarios, sino alcanzar el rango de temas protagonistas.

La forma en la pintura de Belén Elorrieta alcanza su estar a través de un procedimiento inquieto y paradójicamente reposado. Su trabajo mana despacio pero sus rasgos son repentinos, lo que lleva a la forma a aparecer movilizándose, creando más clima, una atmósfera, que una realidad pesadamente estable. Su paleta enfría la fogosidad de los rojos y sus afinas, cercándoles de verdes templados, de azules continuos, de amarillos terrenales y luminosos, colores que hay que percibir su emerger, en su alianza, en su grado de personalidad.

La pintura de Belén Elorrieta debe ser descubierta. No basta con una primera lectura. Como todo buen relato exige acostumbrarse a su ritmo, a sus acentos, a sus continuos significados, para disfrutar de las riquezas que guarda en ella.

Adolfo Castaño
Crítico de Arte